viernes, julio 01, 2016




10 cosas que no sabíamos del Papa Francisco contadas por él mismo
BUENOS AIRES, 28 Jun. 16 / 03:01 pm (ACI).- En una recordada entrevista al diario argentino “La Voz del Pueblo”, el Papa Francisco contó una serie de cosas que eran poco o nada conocidas sobre su vida. Aquí las presentamos.
1. No ve televisión
“Televisión no veo desde el año 1990 (se toma el tiempo para responder). Es una promesa que le hice a la Virgen del Carmen en la noche del 15 de julio de 1990”. 
2. Solo lee un diario
Diario leo solamente uno, La Repubblica, que es un diario para sectores medios. Lo hago a la mañana y no me lleva más de 10 minutos ojearlo”.
3. No navega en Internet
"Nada". Así respondió cuando le preguntaron si navega en Internet.
4. Nunca ha visto jugar a Messi
Nunca ha visto jugar al famoso crack del Barcelona Lionel Messi. Cuando le preguntaron si como Papa se considera un Messi (delantero) o un Mascherano (defensa de la selección argentina), Francisco reveló que no ve fútbol y solo conoce a Messi porque lo visitó en el Vaticano. "Messi vino dos veces acá y nada más, no lo he visto (jugar)”.
5. Sigue al San Lorenzo a través de un guardia suizo
Nunca dejó de ser hincha del San Lorenzo, equipo argentino actual campeón de la Copa Libertadores, pero no ve los partidos de su equipo porque no ve televisión. Sin embargo se mantiene al tanto de la liga argentina gracias a "un guardia suizo que todas las semanas me deja los resultados y cómo va en la tabla”.
6. Duerme 6 horas en las noches y lee antes de dormir
“Tengo un sueño tan profundo que me tiro en la cama y me quedo dormido. Duermo seis horas. Normalmente a las nueve estoy en la cama y leo hasta casi las diez, cuando me empieza a lagrimear un ojo apago la luz y ahí quedé hasta las cuatro que me despierto solo, es el reloj biológico".  Actualmente lee un libro "sobre San Silvano del Monte Athos, un gran maestro espiritual".
7. Hace siesta
Dormir seis horas no bastan. “Después necesito la siesta. Tengo que dormir de 40 minutos a una hora, ahí me saco los zapatos y me tiro en la cama. Y también duermo profundamente, y también me despierto solo. Los días que no duermo la siesta lo siento”.
8. No llora en público
“Públicamente no lloro. Me pasó dos veces que estuve al límite, pero me pude frenar a tiempo. Estaba demasiado conmovido, incluso hubo algunas lágrimas que se escaparon, pero me hice el tonto y después de un rato me pasé la mano por la cara”. “Recuerdo una, la otra no. La que me acuerdo tuvo que ver con la persecución de los cristianos en Irak. Estaba hablando de eso y me conmoví profundamente" al "pensar en los chicos”.
9. Necesita estar con la gente
“No puedo vivir sin gente, no sirvo para monje, por eso me quedé a vivir acá en esta casa (en la residencia de Santa Marta). Esta es una casa de huéspedes, hay 210 piezas, vivimos 40 personas que trabajamos en laSanta Sede y los otros son huéspedes, obispos, curas, laicos, que pasan y se hospedan acá. Y eso a mí me hace muy bien. Venir aquí, comer en el comedor, donde está toda la gente, tener la misa ésa donde cuatro días a la semana viene gente de afuera, de las parroquias… Me gusta mucho eso. Yo me hice cura para estar con la gente. Doy gracias a Dios que eso no se me haya ido”.
10. Se considera ciudadano "de alma"
El Papa asegura que "siempre fui callejero. De cardenal me encantaba caminar por la calle, ir en colectivo, subte. La ciudad me encanta, soy ciudadano de alma" y explica que "en el campo no podría vivir”. Tal vez por eso aún añora salir a la calle sin preocupaciones. "Eso sí lo añoro, la tranquilidad de caminar por las calles. O ir a una pizzería a comer una buena pizza”.

domingo, junio 05, 2016


VATICANO, 05 Jun. 16 / 04:29 am (ACI).- El Papa Francisco celebró la Santa Misa con el rito de canonización del polaco Stanislao di Gesù Maria Papczynski (1631-1701) y de la sueca Maria Elisabetta Hesselblad (1870-1957).
En su homilía, el Pontífice comentó las lecturas de la liturgia del día y sobre los nuevos santos dijo que “han permanecido íntimamente unidos a la pasión de Jesús y en ellos se ha manifestado el poder de su resurrección”.
“La Pasión de Cristo está la respuesta de Dios al grito angustiado y a veces indignado que provoca en nosotros la experiencia del dolor y de la muerte”, señaló también el Papa.
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:
La Palabra de Dios que hemos escuchado nos conduce al acontecimiento central de la fe: La victoria de Dios sobre el dolor y la muerte. Es el Evangelio de la esperanza que surge del Misterio Pascual de Cristo, que se irradia desde su rostro, revelador de Dios Padre y consolador de los afligidos. Es una palabra que nos llama a permanecer íntimamente unidos a la pasión de nuestro Señor Jesús, para que se manifieste en nosotros el poder de su resurrección.
En efecto, en la Pasión de Cristo está la respuesta de Dios al grito angustiado y a veces indignado que provoca en nosotros la experiencia del dolor y de la muerte. Se trata de no escapar de la cruz, sino de permanecer ahí, como hizo la Virgen Madre, que sufriendo junto a Jesús recibió la gracia de esperar contra toda esperanza (cf. Rm 4,18).
Esta ha sido también la experiencia de Estanislao de Jesús María y de María Isabel Hesselblad, que hoy son proclamados santos: han permanecido íntimamente unidos a la pasión de Jesús y en ellos se ha manifestado el poder de su resurrección.
La primera Lectura y el Evangelio de este domingo nos presentan dos signos prodigiosos de resurrección, el primero obrado por el profeta Elías, el segundo por Jesús. En los dos casos, los muertos son hijos muy jóvenes de mujeres viudas que son devueltos vivos a sus madres.
La viuda de Sarepta —una mujer no judía, que sin embargo había acogido en su casa al profeta Elías— está indignada con el profeta y con Dios porque, precisamente cuando Elías era su huésped, su hijo se enfermó y después murió en sus brazos. Entonces Elías dice a esa mujer: «Dame a tu hijo» (1 R 17,19). Esta es una palabra clave: manifiesta la actitud de Dios ante nuestra muerte (en todas sus formas); no dice: «tenla contigo, arréglatelas», sino que dice: «Dámela». En efecto, el profeta toma al niño y lo lleva a la habitación de arriba, y allí, él solo, en la oración, «lucha con Dios», presentándole el sinsentido de esa muerte. Y el Señor escuchó la voz de Elías, porque en realidad era él, Dios, quien hablaba y el que obraba en el profeta. Era él que, por boca de Elías, había dicho a la mujer: «Dame a tu hijo». Y ahora era él quien lo restituía vivo a su madre.
La ternura de Dios se revela plenamente en Jesús. Hemos escuchado en el Evangelio (Lc 7,11-17), cómo él experimentó «mucha compasión» (v.13) por esa viuda de Naín, en Galilea, que estaba acompañando a la sepultura a su único hijo, aún adolescente. Pero Jesús se acerca, toca el ataúd, detiene el cortejo fúnebre, y seguramente habrá acariciado el rostro bañado de lágrimas de esa pobre madre. «No llores», le dice (Lc 7,13). Como si le pidiera: «Dame a tu hijo». Jesús pide para sí nuestra muerte, para librarnos de ella y darnos la vida. Y en efecto, ese joven se despertó como de un sueño profundo y comenzó a hablar. Y Jesús «lo devuelve a su madre» (v. 15). No es un mago. Es la ternura de Dios encarnada, en él obra la inmensa compasión del Padre.
Una especie de resurrección es también la del apóstol Pablo, que de enemigo y feroz perseguidor de los cristianos se convierte en testigo y heraldo del Evangelio (cf. Ga 1,13-17). Este cambio radical no fue obra suya, sino don de la misericordia de Dios, que lo «eligió» y lo «llamó con su gracia», y quiso revelar «en él» a su Hijo para que lo anunciase en medio de los gentiles (vv. 15-16). Pablo dice que Dios Padre tuvo a bien manifestar a su Hijo no sólo a él, sino en él, es decir, como imprimiendo en su persona, carne y espíritu, la muerte y la resurrección de Cristo. De este modo, el apóstol no será sólo un mensajero, sino sobre todo un testigo.
Y también con los pecadores, a todos y cada uno, Jesús no cesa de hacer brillar la victoria de la gracia que da vida. Dice a la Madre Iglesia: «Dame a tus hijos», que somos todos nosotros. Él toma consigo todos nuestros pecados, los borra y nos devuelve vivos a la misma Iglesia. Y esto sucede de modo especial durante este Año Santo de la Misericordia.
La Iglesia nos muestra hoy a dos hijos suyos que son testigos ejemplares de este misterio de resurrección. Ambos pueden cantar por toda la eternidad con las palabras del salmista: «Cambiaste mi luto en danzas, / Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre» (Sal 30,12). Y todos juntos nos unimos diciendo: «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado» (Respuesta al Salmo Responsorial).